THE SKY IS CRYING
Este espacio se dedica a las intersecciones y a dos en particular. La que se establece ineludiblemente entre la psicología y la pedagogía, junto con todas aquellas que la agrandan, empequeñecen, y la que se está dando entre las lenguas con problemas de género, como el castellano, y un aspecto importante del espíritu de los tiempos que vivimos: la igualdad.
sábado, 19 de febrero de 2011
lunes, 14 de febrero de 2011
HISTORIAS MEZCLADAS
Durante el mes de enero, por cuestiones laborales, la familia de Adrián cambia de residencia desde su pueblo natal (una villa de 3000 habitantes) a otro mucho más pequeño de la misma provincia.
Entre los cambios que ha de hacer, la familia traslada la matrícula de su hijo de ocho años a la pequeña escuela de la localidad y el nuevo alumno comienza a acudir al único aula del centro, compuesta por nueve niñas de entre cuatro y once años de edad.
A pesar de las importantes diferencias, no sólo en el pueblo, sino en las dimensiones, estructura y funcionamiento del propio colegio, la integración de Adrián en un grupo-clase tan pequeño, pero con tal heterogeneidad de niveles, se desarrolla satisfactoriamente. Las compañeras, el maestro tutor y las dos maestras especialistas de música e inglés que acuden al aula, coinciden en valorar que al alumno se le ve cómodo entre sus pares y parece contento en el colegio.
Adrián no sólo se encuentra con la diversidad del nuevo entorno por el tamaño y la composición de su aula, sino que también se topa con una novedad en el lenguaje: dado que el aula (toda la escuela)está formada sólo por niñas, desde principio de curso, el nuevo tutor conviene con sus alumnas en asumir el tratamiento femenino que dará a su lenguaje cada vez que se refiera al conjunto de personas de la clase –incluyéndose a sí mismo-, dado que la mayoría es femenina. Por tanto, el maestro habitualmente se expresa en términos como: “salgamos todas”; “este premio nos lo han concedido a nosotras”; “¡hola, chicas!”; “somos las mejores”...
A principio de curso, el tutor no fue consciente de que partía de una situación de aula en la que, en cursos anteriores, había habido una tutora y esta fórmula femenina había sido adoptada de forma implícita y espontánea. Sin más planteamientos. Cuando él llegó, se produjo una inflexión en esta circunstancia, y fue él mismo el que declaró abiertamente a sus alumnas que adoptaría esa fórmula lingüística al expresarse, e incluso lo verbalizó ante algunos padres y madres a quienes pareció chocante que él se incluyera en términos plurales femeninos al hablar de la clase.
El segundo trimestre fue trascurriendo y Adrián adquiría cada vez más confianza con las personas de su entorno, había trabado una buena amistad con Marina (la única niña de su curso, 3º de primaria) y solía jugar con las más mayores a la salida de clase. Iba perfilando su fama de niño serio, aunque con un sentido del humor que se hacía esperar, pero que cuando afloraba, provocaba la hilaridad de maestro y compañeras.
Una mañana, el tutor revisaba el trabajo de Conocimiento de Medio que había hecho el grupo de 1º y 2º ciclo sobre la flora del entorno. Le pareció de tal calidad, que se deshizo en elogios a su alumnado, repitiendo en varias ocasiones frases como: “sois las niñas más trabajadoras que he visto nunca” o, “váis a ser unas científicas de renombre”....Todo el grupo se sentía muy pagado por los piropos y rebosaba satisfacción. Sólo Adrián permanecía serio. Mas serio que de costumbre.
Al final de la mañana, Adrián anunció que quería decir algo, y expresó muy circunspecto que pensaba que era muy injusto que el tutor estuviera halagando todo el rato a las chicas por el trabajo, y que no le hubiera felicitado ni una sola vez a él, que había trabajado igual que las demás.
La clase se le echó encima. Le razonaban a gritos que él estaba también incluido en las felicitaciones que el tutor hacía a todo el grupo...., pero Adrián respondía acalorado que él no era una chica y que si se merecía una felicitación, tendrían que dársela “en chico”, “ a mí, y no nada más que a ellas”..... “Eres un machista, Adrían”, le acabó chillando Marina. “¡No soy un machista, soy......un chico!”, replicó Adrián a punto de llorar.
El tutor pidió la palabra
-“Eh, chicas, ¿puedo intervenir?”. A ver, Adrián, ¿qué he dicho yo ahora, cómo me he dirigido a la clase? Como siempre se hace en este aula, en femenino, ¿no?.
- Sí.
- Cuando llegaste a la clase hablamos de esto alguna vez y lo entendiste, ¿no, Adrián?
- Sí, pero esto es diferente...., ellas...¡Es que ellas se lo quedan siempre todo!. Cuando les dices que está bien algo, se lo dices siempre a ellas...y yo, ¡hala, como si no estuviera! Y..., nada, y eso, ¡que yo soy un chico y..., y mi padre también está enfadado por me hablas como si fuera una chica! Y mi madre. ¡Y ya me he hartado y se lo voy a decir, que siempre me estás tratando como si fuera una chica!
El padre de Adrián acudió al día siguiente a recoger a su hijo junto con su mujer. Ambos, plantearon muy seriamente al tutor que lo que le estaban haciendo a su hijo, les parecía muy mal y que el niño estaba traumatizado. ¿Qué era eso de decirle ‘lista’ o ‘trabajadora’ a un chico? A un chico habrá que hablarle en masculino, ¿no?, argumentaba la madre, entre el escandalizada y amenazante. No es que tengamos nada contra los mariquitas, pero tampoco queremos que nos lo vuelvan gay.. ¿O es que quieres que el chaval se haga homosexual?
En la entrevista, el maestro no interrumpió ni una sola vez los reproches de los padres de Adrián. Se mantuvo en silencio durante los trece minutos que dilataron sus quejas y escuchó sereno la amenaza de ‘’sacar al niño del colegio y hablar con quien hiciera falta, si se seguía humillando al niño en clase”. Tampoco respondió cuando el padre repitió varias veces “a un chico habrá que hablarle como a un chico, ¿no?, digo yo”....
Cuando terminaron, el tutor intervino. Sí es cierto. A un chico hay que hablarle como a un chico. Pero a una chica también hay que hablarle como a una chica, ¿están de acuerdo?. ¿Y, cuántos chicos hay en el aula? ¿A cuantas chicas tendré que hablar como si fueran chicos si utilizo el masculino para referirme a ellas constantemente? ¿Por qué habría de cambiar el plural femenino que se lleva utilizando en clase durante años, porque haya llegado un chico? Yo mismo soy también ‘un chico’ y me incluyo en él. ¿Por qué pueden las mujeres darse siempre por aludidas en el masculino, sin ofenderse – sin ni siquiera darle importancia-, y un hombre -o un chico-, no puede hacer lo mismo en una situación en la que se hace una excepción a esa injusticia?..........................................................................
Suscribirse a:
Entradas (Atom)